miércoles, 30 de abril de 2008

One Prayer

Ayer me colgué en una mega-librería... Entré para chusmear un poquito y salí 2 horas y media más tarde. Tenía uno de esos espacios donde te podés sentar a leer o a hojear los libros, buena música, bastante silencio... Un buen combo.

Como siempre me pasa en esos lugares, me pongo a mirar libros de fotografía que nunca me voy a comprar (por el precio, principalmente). También suelo leer páginas aisladas de libros que tengo agendados para más adelante (una vez que termine los doscientos cincuenta que tengo en cola), o me fascino con alguno nuevo que descubro y no puedo evitar comprar.

Pero ayer flasheé con un libro de fotos, todas blanco y negro, de gente en distintos lugares del mundo con cierto misticismo (la India, el Tíbet, poblaciones originarias americanas, etc). Se llama "One Prayer" (cuando me acuerde el autor, lo anoto). Pero lo que más me impactó fue la frase del prólogo:

"Mirar, Señor, es mi oración..."
Supongo que a veces nuestra actividad en la vida es el principio mismo de nuestra existencia. Otras veces, la razón de nuestra existencia se vale de nuestra actividad, para alcanzar algo más grande... Pero es sólo mi verdad (y en este momento), cada uno encontrará la suya.
Wakapinka

martes, 29 de abril de 2008

Time Out

Quién tiene tiempo para escribir, cuándo hay tanto por aprender?

Igual, hasta eso es relativo....porque el tiempo no existe....

Y eso sí que es una buena noticia.

Wakapinka

miércoles, 9 de abril de 2008

"Decluttering" del alma

Siempre creí que despedirse no es fácil. De cosas, de situaciones, de hábitos, de ilusiones, mucho menos de personas. Tal vez tenga que ver con mi necesidad de apego y mi limitado entendimiento del tiempo.

Pero cuando algo cambia en uno, hay que reconocerlo. Y aplaudirse. Y agradecer/Se. Poder soltar/se, dejar/se ir. Sin llenarse de angustia, de dudas, de arrepentimiento, de miedo a lo “irreversible”. Dejarse ir, respirando hondo y sintiendo que está bien así, que nada debe ser forzado a permanecer. Te hace sentir libre, un poquito etéreo.

Hace un tiempo empecé un proceso de “liberación sistematizada” de cosas materiales, de situaciones, de relaciones, de conductas, de personas. No fue algo meditado, pensado o programado, no fue el resultado de la terapia (si hasta me desprendí del analista!). Comenzó a suceder de forma espontánea, imparable, como un parto. Sin más ni menos, la naturaleza abriéndose paso de forma dolorosa, casi violenta, hacia una nueva forma de vida.

Y vaya si dolió. Una parte de mí pasó semanas enteras llorando, intentando volver al viejo esquema, retorciéndose como una serpiente, resistiendo a desvanecerse. Sin embargo, la parte de mí que me impulsaba se mantuvo íntegra, incólume, enfocada, supo buscar ayuda, consuelo, “catalizadores”, supo dejarse acariciar y querer para atravesar el “mal momento” (si es que le cabe la expresión).

Sé que esto recién comienza, que habrá avances y retrocesos, remansos y estancamientos, hasta que deje de andar en puntas de pie y pueda caminar con toda la planta apoyada en la tierra (y la cabeza en el cielo...)

Una amiga me enseñó un término en inglés para definir los procesos de “limpieza/desacumulación” de cosas materiales: “decluttering”. Me encantó la palabra. Me gusta pensar que es aplicable a la vida misma, y que estoy haciendo un “decluttering del alma”, que estoy “desacumulando”, para desde el vacío, volver a crear.

sábado, 5 de abril de 2008

Las molestas mosquitas de la fruta


Hace unos días me invadieron, sin previo aviso. Volví de viaje y ellas se habían instalado en mi hábitat, decidiendo que yo debía compartirlo sin chistar.
Mientras fueron sólo una o dos, y limitadas al territorio de la cocina, las toleré de mala gana, aunque no evité algún golpe traicionero cuando las tenía al alcance. Pero la cosa se desmadró a los pocos días… No pudieron evitar su instinto reproductor, o tal vez asumieron que el hecho de no haberlas combatido activamente significaba que yo estaba encantada con su presencia!
No way… en el mismo momento en que me encontré abriendo un ojo en medio de una situación romántica, sólo para verificar que ninguna estaba rondando la cabeza de mi acompañante, decidí que la política de “tolerancia cero” sería mi próxima estrategia.
Como si fuera poco estar pendiente de que ningún pelito se le hubiera escapado a la epilady, de oler bien, de parecer sexy, tenía que estar vigilando atentamente que el susodicho no reparara en la pequeña mosquita bebé que se había posado en el borde de la copa de vino servida para la ocasión! Mientras con un ojo vigilaba la copa, distraía la atención del sujeto en cuestión para que no percibiera a la pequeña alimaña, a riesgo de quedar como una sucia/dejada/descuidada/propietaria de un harén de mosquitas negras insolentes. Si todo lo que había querido hacer era ser tolerante con la naturaleza!!
Al día siguiente, se escuchó el llamado de los cuernos de guerra anti-insectos. Y aquí comenzó el problema en serio. Son indestructibles, así de sencillo.
Se rieron de mí con su psicótico vuelo danzante mientras trataba de embocarlas con un spray de insecticida. Mi gata me compadecía desde un rincón, sin intenciones de participar en la matanza, que obviamente terminó conmigo escupiendo los pulmones por la boca.
Después opté por la persecución personalizada. Pasé horas con un trapo en la mano, buscándolas una a una por los rincones, siguiendo durante interminables minutos su danza frenética hasta que se asentaban en alguna superficie, para asestarles un golpe. Estoy convencida que encontraron el juego muy divertido, estimulante, y nada peligroso... Son rápidas, atléticas y sádicas, y se reproducen como….moscas.
Lo probé todo, pastillas insecticidas, sahumerios, vinagre, bolsitas con agua colgadas de la ventana, cuanta sugerencia estúpida e inútil encontré en internet, pero ellas siguieron colonizando mi hogar como si fuera el paraíso prometido por el Dios de las Moscas.
Ahora estoy a punto de darme por vencida y hasta dudo de mi salud mental… esta mañana me encontré dialogando con ellas, negociando espacios y momentos permitidos. Les pedí que no salieran de la cocina y que no me importunaran cuando tengo visitas. También les rogué que mantengan una población estable, que no sigan reproduciéndose en forma exponencial. Y que si en algún momento encuentran un hábitat mejor, se marchen sin despedirse.
Vamos a ver cómo nos va.