martes, 29 de julio de 2008

Historias tuberculosas - 1ra parte

Eran mis últimos años de residencia, una época que identifico como una nebulosa de cansancio crónico instalado en el cuerpo. Como si fuera un boletín de entregas semestrales, cada vez que miraba hacia atrás, ya habían pasado 6 meses de mi vida. Me transformaba cotidianamente pero sólo registraba los cambios cada tanto. Y cuando lo hacía, me maravillaba la transformación de médica inexperta e insegura a eficiente especialista en formación. Me sentía crecida, madura, tal vez un poquito soberbia.

Un día fui a hacer una interconsulta al segundo piso. Varón de sesenta y pico, neumonía. Llevaba unos cuantos días internado, su neumonía había evolucionado bien, así que mi intervención fue cuestión de unos pocos ajustes y recomendaciones. Supongo que habremos charlado un poco y nos habremos caído mutuamente bien. No recuerdo tanto. Al día siguiente, alta, y control posterior con su médica de cabecera.

Pasó un año. Esa mañana yo caminaba apurada hacia el laboratorio, por un pasillo del hospital atestado de gente. Para esas alturas de mi carrera, yo ya había aprendido que si estás en un hospital y llevás puesto un guardapolvo blanco, lo mejor es caminar a paso rápido y mirando hacia abajo, so pena de quedar dirigiendo el tránsito hospitalario en el hall central. Llevar guardapolvo (o ambo, para el caso es lo mismo) y una cara amable, es suficiente para detenerte cada 5 pasos a contestar dónde queda el Laboratorio, Rayos o Anatomía Patológica, o si hay alguna forma de evitar hacer cola a las 4 de la mañana para sacar un turno de Ginecología. Nunca falta quien, sin conocerte, te estira unos resultados de laboratorio, con mirada ansiosa y preocupada, y te pregunta si están bien.
Así es como uno adopta la “filosofía de bar”, anticipa quién le va a pedir algo, y rápidamente corre la vista y lo ignora, así nomás. Igualito a un mozo cuando le querés pedir la cuenta.

Pero ese día, alguien me detuvo. Sentí que una mano me tomaba del antebrazo.

- Doctora (........) –(me llamó por mi nombre de pila)

Levanté la vista.

- Enrique (..........) -dije su nombre y apellido completo, un poco sorprendida de recordarlos.

Rápidamente, en ese espacio sin tiempo que tienen los pensamientos reflejos, recordé la sucesión de eventos del año anterior.
Aproximadamente 2 meses después de su alta, entre los informes del laboratorio, yo había encontrado uno de Enrique. Era un reporte de microbiología, con diagnóstico indudable de tuberculosis.

-Yo (un año atrás): - Avisaron de esta tuberculosis?
-Microbióloga: - Si, ya mandamos el informe al piso de Clínica.
-Yo: - Pero el paciente no está internado, se fue de alta hace dos meses.
-Microbióloga: - Sí, me dijo el jefe de residentes. Y se comprometió a entregarle el informe a su médica de cabecera - se la veía un tanto molesta.
-Yo: - Seguro?
-Microbióloga: - Sí, yo hablé personalmente - ya estaba evidentemente molesta.

Seguí con mis cosas. Y me olvidé del tema.

Ahora, 1 año después, Enrique me sostenía del brazo y me miraba sonriente.

- Enrique, cómo le va? – Y sin esperar respuesta: - Cómo anduvo con el tratamiento de la tuberculosis?
- Qué tratamiento, doctora? -contestó, sorprendido pero aún sonriente.
Supongo que debió haber pensado que lo confundía con otro paciente. Yo también dudé.

- Hace un tiempo, después de su internación, no le dieron un tratamiento con muchas pastillas, durante 6 meses?
- No, doctora. Tomo la misma medicación de siempre, que me da la Dra. (.........). No ando muy bien, pero bueno, esta enfermedad es así…

Enrique tiene Artritis Reumatoidea desde hace muchos años, más de 30. La enfermedad le ha corroído las articulaciones, se las ha deformado. También le ha dañado los riñones. Y la columna. Pero por sobre todas cosas, su enfermedad le produce muchísimo dolor. Enrique está acostumbrado a sentir dolor, sin condolerse de sí mismo. Enrique está acostumbrado a sufrir, y a sonreír.
Ese día, mientras esperaba una aclaración de mi parte, también sonreía. Volví a dudar. Entonces lo acompañé a un banco al costado del pasillo, tomándole la mano que aún tenía apoyada en mi brazo.

- Enrique, me espera un segundito sentado acá? No se vaya.

Entré al laboratorio y demoré aproximadamente una hora en conseguir los libros que necesitaba, de un año atrás. Yo estaba en lo cierto, era él. Y era tuberculosis.
...continuará...

lunes, 28 de julio de 2008

El lado oscuro de mi corazón

6.04 AM. Suena el despertador. Nunca entendí para qué lo pongo tan temprano. Tampoco los 4 minutos pasadas las 6, debe ser que no me gustan los números redondos. Con un golpe dismétrico lo silencio, sabiendo que va a sonar 4 veces más cada 10 minutos, antes de que logre despertarme. Mafalda interrumpe su ronquido entre mis brazos, me mira y empieza a ronronear. Sabe que éste es su momento exclusivo de mimos, y lo disfruta. Este rato de fiaca obligada, de duermevela de abrazos entre patas y brazos, hasta que logro levantarme y llego tambaleante a la cocina. Escucha el rebote de las piedritas en su plato y aparece bostezando, mientras yo soporto la náusea que me provoca el olor del balanceado cada mañana.
Camino al baño, veo la cama de reojo y solo pienso en hundirme en la frazada polar naranja otra vez, y dormirme de nuevo en penumbras hasta despertarme esta vez sin despertador, para volver a dormirme, y despertarme algún día, cuando vuelva a tener ganas. De algo.
-Pero ese es un tipo de lujo que los melancólicos no podemos darnos. No, Mafalda? Ya conocemos lo peligroso que es...
Con eso en la cabeza y el cepillo de dientes en la boca, pongo la pava en el fuego, enciendo la computadora, la música, el televisor, y comienzo a vestirme para ir a trabajar.
Wakapinka

sábado, 26 de julio de 2008

Cansancio

Llego a casa y desarmo la cama donde ayer dormimos, transpiramos, nos reímos. Me miro otra vez, desnuda y verdadera. Y serenamente me confieso la verdad más descarnada: no hay sorpresas, todo era previsible, mediato, inevitable. Innecesario.
Ahora otra vez, a soportar estoicamente las consecuencias de haber jugado a un juego del que conozco las reglas, pero que no tiene objetivo, y al parecer, tampoco final. Atisba el miedo de despertar otra vez recordando mi cara cubierta de llagas en el espejo, como se mostraba en el pasado mi alma, en sueños. Y aunque esta vez los protagonistas, incluso yo, no seamos los mismos, la memoria de mi cuerpo no lo puede discernir. Porque a un alma extenuada le duelen hasta dolores que ni cotizan como tales, que no son intensos por el hoy, sino por la resonancia del ayer. Y como mujer, soporto el dolor en el alma, y las huellas en el cuerpo.

Wakapinka

sábado, 12 de julio de 2008

Palermo y el tren (o la noche de los sunchos ausentes...)

Fue tan lindo verte de nuevo.
Estabas lejos cuando te divisé. Mis nudillos golpeateaban rítmicamente la ventanilla cerrada mientras adentro del auto vibraba “Pulse” en cada superficie. Esperaba que pasara el tren, al igual que varias decenas de autos parados a mi alrededor. Afuera se respiraba excitación y ajetreo palermitano de viernes por la noche. Desde los autos vecinos, ojos muy maquillados buscaban otras miradas furtivas, tratando de conectar. Mi mirada, a su vez, vagabundeaba aburrida por ese escenario, cuando te ví. No alcancé a distinguir que eras vos a esa distancia, pero mis ojos te siguieron mientras te volvías más y más nítido. Sonreí al reconocerte, comprendiendo porqué mi mirada se había prendido de vos una cuadra atrás.
Venías caminando tranquilo, con la mirada baja y una media sonrisa que descubrí debajo de la barbita que volviste a dejarte crecer. Sonreí también al verla, porque tu sonrisa es contagiosa. Me quedé viéndote, mientras te acercabas casi en línea recta a mi coche. Me sentí como un voyeur, consciente de que sólo yo estaba mirando. Mis ojos se devoraron cada detalle, mientras mi cerebro reparaba desesperadamente el rompecabezas de tu imagen, colocando piezas nuevas en las celdas ya borrosas por el tiempo, que sólo habían quedado ocupadas por la emoción de tu recuerdo.
No pude verte los ojos, no me miraste. Al pasar por mi lado, mi coche fue para vos otro de tantos coches grises en la marea de tránsito porteño. No reparaste en la mirada furtiva, sin maquillar, que te seguía húmedamente desde su interior.
Necesité visceralmente un cigarrillo que no tenía, apenas te alejaste unos metros. Y en un acto irreflexivo, apreté la bocina mientras te observaba por el retrovisor. Fue sólo un toque, indeciso, tímido, dudoso, como lo era mi intención de que me vieras. No entendiste que era para vos. O no lo escuchaste, bajo el estruendo del tren que pasaba en ese mismo momento. Creo que respiré aliviada.
No llegué a ver tu mirada luminosa. No lo lamenté, porque era lo único que aún conservaba intacto en mi memoria. Ahora tu imagen está otra vez completa en mi retina, gracias al tren.
Dios, necesito un cigarrillo más.
Wakapinka

lunes, 7 de julio de 2008

Condoms for oral sex?: The real facts o... "la verdá de la milanesa..."

No hay que ser un erudito en la materia para saber que toda la literatura relacionada a la prevención del SIDA recomienda el uso de preservativos para el sexo oral. Los números que justifican la recomendación son variables según la fuente, pero aún así contundentes (tratándose de VIH, qué porcentaje de riesgo dirías que es "aceptable"?)
Tampoco hace falta ser muy lúcido para intuir que muy poca gente cumple tal recomendación (aún cuando sí cumplan todas las demás prácticas recomendadas). Basta con hacer un rápido paneo entre conocidos y amigos medianamente sinceros (y si sos un sincero compulsivo, repasar tu “propia cama”)
NADIE LO USA PARA SEXO ORAL. Por incómodo, poco sexy o poco “sabroso”. Algún otro diría que por negligentes, irresponsables, temerarios o desinformados. O porque elegimos “aceptar el riesgo” de un “riesgo bajo”. Tal vez también porque los números son confusos, es como una gran bolsa de gatos, con muchas variables… Hombre/Mujer, Mujer/Hombre, Mujer/Mujer, Hombre/Hombre, con fluído, sin fluído, etc. Pero no quiero ponerme reflexiva antes de ver los resultados de la encuesta.
Así que, a ver si nos animamos a contestar honestamente:

1) Edad:
a) 15-24 b) 25-39 c) 40 o más

2) Número de veces que usaste preservativo para sexo oral en tu vida (dar o recibir)
a) Nunca ( 0%) b) Siempre (100%) c) Menos de 10 veces d) Más de 10 veces

3) Porcentaje de veces que usaste preservativo para sexo oral en el último año (dar o recibir)
a) Nunca ( 0%) b) 1-30% c) 31 – 50% d) 51- 70% e) 71-99% f) Siempre (100%)

4) Porcentaje de veces que usás preservativos para otras formas de sexo (distintas de sexo oral)
a) Nunca ( 0%) b) 1-30% c) 31 – 50% d) 51- 70% e) 71-99% f) Siempre (100%)

No se pongan paranoicos ni se deliren con teorías conspirativas. Pueden contestar anónimamente y nadie nunca va a saber quiénes son (yo apenas si sé manejar una planilla de excel!!)
Es solo un juego de sinceridad, que espero jueguen conmigo.

Wakapinka

Delirios con nueva piel

Blog mutando, cambiando de piel, pero manteniendo su unidad temática, que es, precisamente, no tener ninguna...
Lo que va saliendo, fluyendo, lo que va naciendo o se va modificando... como la vida misma.
Ahora tiene flores de loto en el fondo (gracias a Ale que me lo mandó!), con colores más vivos.
Para los hindúes, la flor del loto representa pureza y transmutación. Porque crece en el fango putrefacto y maloliente, y como si no le importara nada, se eleva con un gran tallo y da una flor bellísima y perfumada.
Que disfruten de nuestra nueva piel.

Wakapinka