...(continuación)
La tomó de la punta del delantal y la arrastró hacia la ventana. La mujer se dejó iluminar por el rayo de luz que en ese momento se abría paso entre las nubes grises.
Clara pudo observar detenidamente cada rincón de la piel de la extraña mujer. Las tumoraciones tenían distintos colores, formas y texturas, como si cada una tuviera una identidad propia y única. Como si cada una contara una historia personal de dolor y sufrimiento, que le imprimía un relieve distintivo. Algunas estaban cubiertas de pelos, otras parecían envueltas en una intrincada red de vénulas violáceas. Algunos bubones eran blanco nacarados; otros estaban ulcerados, con fondo casi sangrante. Así se hubieran podido seguir describiendo cada una de las lesiones, una por cada historia de vida que había tocado su piel.
Lejos de espantarse, Clara se quedó absorta mientras sus ojos escrutaban aquel mapa de vida que era la piel de Doña Maca. La mujer se quedó inmóvil, y solo se alejó cuando Clara soltó la punta de su delantal. Caminó con paso lento, arrastrando las ojotas y se sentó pesadamente en un sillón de caña. Clara la siguió mansamente, como una oveja a su pastor.
El papá de Clara las vió mirarse a los ojos durante largo rato y no pudo evitar sentir que no tenía espacio en esa escena.
Cuando Doña Maca habló, lo hizo con una voz suave y femenina, que no parecía salir de ese cuerpo voluminoso y deforme.
- Niña, - preguntó: - Estás segura de esto? Una vez que lo haga, no hay vuelta atrás - anunció Doña Maca.
Clara asintió con la cabeza, tomó ella misma las manos de la anciana, y las acarició suavemente.
Luego giró hacia su padre y salió de la casa, dejando a Doña Maca sentada en su sillón. Su padre la siguió sin entender qué había pasado. Esa escena no se parecía en nada a las historias que le habían contado quienes le recomendaron ese lugar. Pero la actitud calmada de Clara y su mirada serena, lo tranquilizaron.
El regreso a casa fue en el mayor de los silencios, sólo interrumpido por mamá que se sonaba la nariz a cada rato.
Al abrir la puerta del auto para bajar, al papá de Clara le pareció ver que había perdido la palidez grisácea que tenía hacía meses, y que sus ojos habían reverdecido.
- La fuerza de la sugestión - pensó. - Y también del deseo - continuó en su diálogo interior.
Al día siguiente era domingo. Amaneció soleado y fresco.
Los tíos llegaron temprano y Clara salió a jugar con sus primos.
Era casi la hora de comer cuando el grupo de niños entró alborotadamente a la cocina, atropellando las sillas y hablando todos juntos. Estaban todos menos Clara, y contaban desordenada y agitadamente la historia de un gorrión herido que cayó de un nido, y luego voló curado desde las manos de Clara.
Sin importarle el cuento de los pequeños, mamá se alarmó ante la ausencia de Clara y subió a la habitación. Se tranquilizó cuando la vió parada frente al espejo, mirándose atentamente.
Mamá, al igual que papá el día anterior, pensó que tenía mejor color y aspecto más saludable. También estaba pensando que era producto de su deseo y de la sugestión, cuando Clara se dio vuelta y corrió hacia ella, señalando con el dedo una mancha violeta en su hombro derecho.
Ante la mirada espantada de su mamá, Clara, con una sonrisa amplia y orgullosa, le anunció:
- Mamá, ya comenzó...
FIN