sábado, 12 de julio de 2008

Palermo y el tren (o la noche de los sunchos ausentes...)

Fue tan lindo verte de nuevo.
Estabas lejos cuando te divisé. Mis nudillos golpeateaban rítmicamente la ventanilla cerrada mientras adentro del auto vibraba “Pulse” en cada superficie. Esperaba que pasara el tren, al igual que varias decenas de autos parados a mi alrededor. Afuera se respiraba excitación y ajetreo palermitano de viernes por la noche. Desde los autos vecinos, ojos muy maquillados buscaban otras miradas furtivas, tratando de conectar. Mi mirada, a su vez, vagabundeaba aburrida por ese escenario, cuando te ví. No alcancé a distinguir que eras vos a esa distancia, pero mis ojos te siguieron mientras te volvías más y más nítido. Sonreí al reconocerte, comprendiendo porqué mi mirada se había prendido de vos una cuadra atrás.
Venías caminando tranquilo, con la mirada baja y una media sonrisa que descubrí debajo de la barbita que volviste a dejarte crecer. Sonreí también al verla, porque tu sonrisa es contagiosa. Me quedé viéndote, mientras te acercabas casi en línea recta a mi coche. Me sentí como un voyeur, consciente de que sólo yo estaba mirando. Mis ojos se devoraron cada detalle, mientras mi cerebro reparaba desesperadamente el rompecabezas de tu imagen, colocando piezas nuevas en las celdas ya borrosas por el tiempo, que sólo habían quedado ocupadas por la emoción de tu recuerdo.
No pude verte los ojos, no me miraste. Al pasar por mi lado, mi coche fue para vos otro de tantos coches grises en la marea de tránsito porteño. No reparaste en la mirada furtiva, sin maquillar, que te seguía húmedamente desde su interior.
Necesité visceralmente un cigarrillo que no tenía, apenas te alejaste unos metros. Y en un acto irreflexivo, apreté la bocina mientras te observaba por el retrovisor. Fue sólo un toque, indeciso, tímido, dudoso, como lo era mi intención de que me vieras. No entendiste que era para vos. O no lo escuchaste, bajo el estruendo del tren que pasaba en ese mismo momento. Creo que respiré aliviada.
No llegué a ver tu mirada luminosa. No lo lamenté, porque era lo único que aún conservaba intacto en mi memoria. Ahora tu imagen está otra vez completa en mi retina, gracias al tren.
Dios, necesito un cigarrillo más.
Wakapinka

3 comentarios:

Anónimo dijo...

eh... y la historia del tuberculoso?... desapareció sin dejar rastro?... y la segunda parte?...

Anónimo dijo...

Restitutio ad integrum... sólo quedó una calcificación apical

Wakapinka dijo...

JAJAJA...
Leí la historia de nuevo, y no me gustaron un par de cosas del principio. Me embagallé tratando de cambiarlas. Me embolé y la saqué.
Cosas de obsesiva. En unos días la vuelvo a colgar con final y todo.
Gracias por pasar!
PD: calcificación residual? restitutio ad integrum?... sabemos de lo que hablamos, no?