Despertaron súbitamente, como tocados por un rayo, o un impulso eléctrico. A su alrededor, la cueva oscura tenía una calidez confortable y pegajosa.
Una intensa bocanada de aire inundó violentamente sus pulmones, aumentando el desconcierto. Algo instintivo, primario, apareció por vez primera, algo que producía sordos golpes desbocados en el pecho, que dilataba sus pupilas, erizaba la piel. Conocieron el miedo.
Se observaron mutuamente, la curiosidad se acababa de convertir en el motor de la búsqueda evolutiva. Se reconocieron como hermanos en las semejanzas y repararon naturalmente en las diferencias. Adquirieron conciencia de vida, y de individualidad.
En un extremo de la cueva, una bruma blanquecina les indicaba el camino. Otra vez, la curiosidad y el miedo. Descubrieron que tomarse de las manos apagaba parcialmente los latidos desbocados, y empujaba sus cuerpos tambaleantes hacia la luz. Asi, conocieron el poder de la hermandad, indefectiblemente asociado al miedo a la soledad.
En el umbral de la cueva, el mundo exterior se presentó tan fascinante como peligroso. La luz enceguecía sus ojos y confundía sus mentes. Los latidos otra vez, más violentos que antes, casi dolorosos. Esta vez, las sudorosas manos apretadas y sus cuerpos muy pegados entre sí no lograban apagarlos. Sólo regresar a la profundidad de la cueva conseguía que se desvanecieran lentamente y que el aire volviera a entrar ordenadamente en sus cuerpos.
Pero el exterior era inexorablemente magnético. Instintivamente, comprendieron que la presencia del “otro”, no sería suficiente para enfrentar ese miedo, ni para calmar la curiosidad que los hiciera permanecer en la cueva. Había que salir, inevitablemente. Necesitaban algo más grande que ellos mismos para sentirse seguros.
Entonces, decidieron creer en Dios.
Wakapinka
1 comentario:
Un amigo me dijo: "...Lindo cuento para ateos..."
Y tiene razón.
Sin embargo, no lo voy a sacar del blog. Es parte de mi historia. Y me permitió llegar hasta acá.
Wakapinka
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