Eran mis últimos años de residencia, una época que identifico como una nebulosa de cansancio crónico instalado en el cuerpo. Como si fuera un boletín de entregas semestrales, cada vez que miraba hacia atrás, ya habían pasado 6 meses de mi vida. Me transformaba cotidianamente pero sólo registraba los cambios cada tanto. Y cuando lo hacía, me maravillaba la transformación de médica inexperta e insegura a eficiente especialista en formación. Me sentía crecida, madura, tal vez un poquito soberbia.
Un día fui a hacer una interconsulta al segundo piso. Varón de sesenta y pico, neumonía. Llevaba unos cuantos días internado, su neumonía había evolucionado bien, así que mi intervención fue cuestión de unos pocos ajustes y recomendaciones. Supongo que habremos charlado un poco y nos habremos caído mutuamente bien. No recuerdo tanto. Al día siguiente, alta, y control posterior con su médica de cabecera.
Pasó un año. Esa mañana yo caminaba apurada hacia el laboratorio, por un pasillo del hospital atestado de gente. Para esas alturas de mi carrera, yo ya había aprendido que si estás en un hospital y llevás puesto un guardapolvo blanco, lo mejor es caminar a paso rápido y mirando hacia abajo, so pena de quedar dirigiendo el tránsito hospitalario en el hall central. Llevar guardapolvo (o ambo, para el caso es lo mismo) y una cara amable, es suficiente para detenerte cada 5 pasos a contestar dónde queda el Laboratorio, Rayos o Anatomía Patológica, o si hay alguna forma de evitar hacer cola a las 4 de la mañana para sacar un turno de Ginecología. Nunca falta quien, sin conocerte, te estira unos resultados de laboratorio, con mirada ansiosa y preocupada, y te pregunta si están bien.
Así es como uno adopta la “filosofía de bar”, anticipa quién le va a pedir algo, y rápidamente corre la vista y lo ignora, así nomás. Igualito a un mozo cuando le querés pedir la cuenta.
Pero ese día, alguien me detuvo. Sentí que una mano me tomaba del antebrazo.
- Doctora (........) –(me llamó por mi nombre de pila)
Levanté la vista.
- Enrique (..........) -dije su nombre y apellido completo, un poco sorprendida de recordarlos.
Rápidamente, en ese espacio sin tiempo que tienen los pensamientos reflejos, recordé la sucesión de eventos del año anterior.
Aproximadamente 2 meses después de su alta, entre los informes del laboratorio, yo había encontrado uno de Enrique. Era un reporte de microbiología, con diagnóstico indudable de tuberculosis.
-Yo (un año atrás): - Avisaron de esta tuberculosis?
-Microbióloga: - Si, ya mandamos el informe al piso de Clínica.
-Yo: - Pero el paciente no está internado, se fue de alta hace dos meses.
-Microbióloga: - Sí, me dijo el jefe de residentes. Y se comprometió a entregarle el informe a su médica de cabecera - se la veía un tanto molesta.
-Yo: - Seguro?
-Microbióloga: - Sí, yo hablé personalmente - ya estaba evidentemente molesta.
Seguí con mis cosas. Y me olvidé del tema.
Ahora, 1 año después, Enrique me sostenía del brazo y me miraba sonriente.
- Enrique, cómo le va? – Y sin esperar respuesta: - Cómo anduvo con el tratamiento de la tuberculosis?
- Qué tratamiento, doctora? -contestó, sorprendido pero aún sonriente.
Supongo que debió haber pensado que lo confundía con otro paciente. Yo también dudé.
- Hace un tiempo, después de su internación, no le dieron un tratamiento con muchas pastillas, durante 6 meses?
- No, doctora. Tomo la misma medicación de siempre, que me da la Dra. (.........). No ando muy bien, pero bueno, esta enfermedad es así…
Enrique tiene Artritis Reumatoidea desde hace muchos años, más de 30. La enfermedad le ha corroído las articulaciones, se las ha deformado. También le ha dañado los riñones. Y la columna. Pero por sobre todas cosas, su enfermedad le produce muchísimo dolor. Enrique está acostumbrado a sentir dolor, sin condolerse de sí mismo. Enrique está acostumbrado a sufrir, y a sonreír.
Ese día, mientras esperaba una aclaración de mi parte, también sonreía. Volví a dudar. Entonces lo acompañé a un banco al costado del pasillo, tomándole la mano que aún tenía apoyada en mi brazo.
- Enrique, me espera un segundito sentado acá? No se vaya.
Entré al laboratorio y demoré aproximadamente una hora en conseguir los libros que necesitaba, de un año atrás. Yo estaba en lo cierto, era él. Y era tuberculosis.
...continuará...