Ya las horas varada en la ruta no son lo mismo que ayer. Porque tu esencia estalló en mi vida y se instaló en mi ser. Sorprendida y anhelante repaso los minutos, las horas…no hay medida del tiempo que pueda explicar tu marca.
Puedo ser capaz de mirar desde afuera mis manos dudosas, mi mente inquieta, mi inseguridad palpitante. Y aún así, una parte de mí está plácidamente sentada, con las piernas cruzadas, fumando un cigarrillo, mientras contempla sin sorpresa el resultado del deseo transformado en realidad. Esa parte de mí que tiene manos arrugadas, que lo sabe todo y que me trajo hasta aquí; a veces a mi pesar, contra mi voluntad, ignorando mis limitaciones. Esa parte de mí que sabía que no podría resistir a tu presencia sin rendirme, haciendo vanos los esfuerzos de tantos años de vivir, de endurecer, de alejar, de poder. Sonríe tierna y socarronamente, al advertirme rendida, difusa, confundida…y dichosa.
Y me sigo debatiendo entre la dicha y la duda, pero mi cuerpo y mi mente responden sólo a tu recuerdo hoy. Y agradecen cada uno de tus besos, cada mirada silenciosa y profunda, cada suspiro aliviado, cada chasquido de tu lengua en mi oído. Cada beso quieto, contenido, sostenido y tembloroso es revivido, trayendo una bocanada de sangre al lugar donde fue depositado. Mi cabeza se inclina hacia atrás, tironeada por el recuerdo de tu mano en mi pelo. Y un latigazo de aromas despierta mi cerebro, como si alguna molécula perdida de tu piel se hubiera escondido en mis resquicios, para soltarse en oleadas y traerme un poco de vos cuando no estás.
Las horas y los piquetes siguen pasando, aprovecho alguno para dormitar, otro para escribir… Ya no me son tediosos, son la excusa para encontrarme un ratito más con vos, en este renglón o en algún sueño.