Morimos a cada paso, a cada minuto. A cada instante muere el Yo que éramos en el minuto que apenas acaba de expirar.
Así van muriendo nuestras partes en desuso desde el preciso instante en que nacemos. Algunas por inútiles, otras por viejas, otras por elección. Así se cae el pelo, las hojas secas, las células de la piel, los dientes de leche. Abandonamos sin dolor nuestras (ex)partes ahora inservibles: la cigarra su transparente y vacío exoesqueleto, la herida su costra, el recién nacido su ombligo, la serpiente su vieja y reseca piel.
Visto de este modo, la muerte es blanda, flexible, móvil, efímera: la Muerte Continua.
También mueren los recuerdos, aunque sigamos recordándolos.
En cada evocación que nos trae el presente, muere el recuerdo que (re)vivimos la última vez que lo evocamos. Cada recuerdo mata y sobreescribe el anterior. Hasta podríamos decir que cada uno es un recuerdo recién nacido.
A veces también mueren (por suerte) nuestras ilusiones. La ilusión de la defensa como el mejor ataque. La ilusión de buscar en otros la propia seguridad. La ilusión de la seguridad misma. La ilusión de la muerte.
La Muerte de la Ilusión es como una ventana vieja que va siendo comida inexorablemente las termitas. Por cada orificio entra un haz de luz, que rasga la oscuridad. Crece la luz a medida que la madera es devorada y cuando por fin toda ella desaparece, se comprende que la protección de la ventana ya no es útil, ni necesaria.
La costra de ilusiones, creencias y pensamientos también puede morir. Seca, rígida e inflexible, la costra solo oculta la herida abierta, que supura escondidamente ácido y lágrimas, angustia y desasosiego.
Pero ésta no es una muerte simple, no es una muerte natural. No es blanda, ni flexible. Es una muerte autoinfligida, donde somos a la vez la víctima y el verdugo.
Es una Muerte Voluntaria.
La víctima resiste la tentación de matar a las termitas dejándolas introducirse dolorosamente bajo la piel y cavar túneles en la madera de las falsas ilusiones. El verdugo arranca implacablemente la costra seca y deja sanar la herida a la luz de la aceptación.
Víctima y verdugo se funden en un ser único y singular, auténtico y poderoso.
El ego solo muere bajo nuestras propias manos. La muerte como un profundo acto de amor (propio)
La Única Muerte Posible.