En la tarde quieta, apesadumbrada, la Razón cavilaba…
Buscaba sus causas, giraba en círculos y se hundía sin remedio en un mar de
sinrazones. Desesperaba a manotazos, respiraba agónica entre ecuaciones,
inferencias y principios lógicos, se
desmembraba intentando aferrarse al sujeto, al verbo o al predicado… Hubiera
matado por encontrar alivio en algún dato concreto.
Mientras tanto, la Ilusión, cristalina, loca y maliciosa,
simplemente se reía…