La presa aún estaba caliente. Lo sentía en sus encías, mientras los colmillos se hundían hasta el hueso. Lo sentía en la sangre que se le escurría entre los dientes y después impregnaba la tierra en un manchón oscuro que luego sería un charco putrefacto. Sólo dos actividades preocupaban sus sentidos: desgarrar su presa y evitar que se la quiten. Sus ojos agudos miraban recelosamente en la negrura, atisbando la aparición de otros ojos hambrientos. Las orejas erguidas, trataban de acallar los golpes del corazón estallando a latidos en las sienes, descontrolados por el esfuerzo físico y la euforia de la caza. No era momento para relajarse. Nada peor que luchar contra un rival menos cansado y más hambriento.
Siguió devorando concienzudamente, mientras se aquietaba su respiración. Ya saciado su apetito, sólo lamía los tejidos deshilachados, empujando con el hocico los restos de lo que antes había sido un ser vivo y ahora era una masa informe de pelos ensangrentados y vísceras rotas.
De pronto, una brisa con olor a bestia lo alertó. Se paró con las cuatro patas defendiendo su presa mientras un escalofrío de miedo y furia le erizaba los pelos del dorso. Y se dispuso a repeler el ataque.
Entonces se despertó, con un gruñido feroz escapando de su garganta humana. Se incorporó hasta sentarse al borde de su cama de sábanas de 200 hilos, con flores amarillas. Reconoció sus pies sin garras mientras los enfundaba en las pantuflas de cuero marrón que le habían regalado la Navidad pasada. Caminó hasta el baño mientras recuperaba el aliento y pensaba en el extraño sueño. Se cepilló los dientes durante largo rato, y usó varias dosis extra de enjuague bucal. Aún le parecía saborear la sangre y el acre olor a intestino roto le inundaba la nariz.
Mientras se anudaba la corbata recordó que el día anterior había pasado 30 minutos seleccionando la ropa que se acababa de poner. Antes de salir, maletín de cuero lustroso en mano, echó un vistazo final a su departamento de soltero de treinta y tantos, medianamente exitoso y felizmente adaptado a los tiempos actuales.
Cerró los ojos y el sueño acudió a su retina. Una inefable sensación de poder lo invadió con el recuerdo de la bestia. Se afirmó bien en sus dos piernas, salió cerrando la puerta con energía y se dirigió a la reunión de la que dependía su ascenso a personal jerárquico de la empresa.