jueves, 18 de diciembre de 2008

De marisopas y lumbrices

Solo un día tenían para encontrarse, la mariposa y la lombriz. Para encontrarse, quererse y perdonarse.
Era un pacto de otras vidas, y hay que decirlo, hay seres que jamás dejan de cumplir uno, tengan la forma que tengan.

Así eran la mariposa y la lombriz de tierra. Aunque una eligiera volar libremente y la otra esconderse en la tierra.
Al fin de su metamorfosis, la mariposa voló guiada por su instinto, recuerdo de otra vida, hasta la orilla del río. Y la encontró ahí, en un tarrito de lata, entre risas de niños pescando y perfume de margaritas silvestres.

Si las mariposas y las lombrices supieran sonreír, se hubieran reído a carcajadas. Y si tuvieran brazos, se hubieran confundido en un abrazo interminable.
Pero no hizo falta. Las patas de la mariposa aferradas a la lata y el viento detenido entre sus alas consumaron la alianza. Y eso era todo lo que necesitaban.

El pacto sellado tuvo más poder que todas las risas y todos los abrazos. Y en él se consumieron el efímero día de la mariposa y el sacrificio de la lombriz de tierra.
Desde entonces, cuando los hechizos funcionan, y los pactos se cumplen, las personas sienten un aleteo en el estómago. Y es el espíritu de la mariposa que habita en la gente, que le avisa al amante que por fin, ha encontrado a su lombriz.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Tiempo

De palabras desbocadas

De estado límbico del cuerpo y del alma

De urgencias viscerales desesperadas

De rock que se bebe y alas que se reparan

De caminos que retroceden sin sangre derramada

(No más que unas gotas propias como plegaria ofrendadas)

Tiempo de ahuyentar a carcajadas los susurros oscuros,

de recordarles que hay noches más luminosas que el día,

con la misma soberbia con que los ángeles los ignoran,

con la misma fertilidad de la tierra alimentando sus semillas.

Con la misma sonrisa confiada de los idiotas,

sabia, disfrazada de inocente, que desafía a la vida.

Tiempo de mirar al sol panza arriba,

cristal de color en un ojo

y huellas de sal en la mejilla.

Y aunque insista hurgando en los espejos

Ya no veo por aquí,

Perros lamiendo sus heridas.