Solo un día tenían para encontrarse, la mariposa y la lombriz. Para encontrarse, quererse y perdonarse.
Era un pacto de otras vidas, y hay que decirlo, hay seres que jamás dejan de cumplir uno, tengan la forma que tengan.
Así eran la mariposa y la lombriz de tierra. Aunque una eligiera volar libremente y la otra esconderse en la tierra.
Al fin de su metamorfosis, la mariposa voló guiada por su instinto, recuerdo de otra vida, hasta la orilla del río. Y la encontró ahí, en un tarrito de lata, entre risas de niños pescando y perfume de margaritas silvestres.
Si las mariposas y las lombrices supieran sonreír, se hubieran reído a carcajadas. Y si tuvieran brazos, se hubieran confundido en un abrazo interminable.
Pero no hizo falta. Las patas de la mariposa aferradas a la lata y el viento detenido entre sus alas consumaron la alianza. Y eso era todo lo que necesitaban.
El pacto sellado tuvo más poder que todas las risas y todos los abrazos. Y en él se consumieron el efímero día de la mariposa y el sacrificio de la lombriz de tierra.
Desde entonces, cuando los hechizos funcionan, y los pactos se cumplen, las personas sienten un aleteo en el estómago. Y es el espíritu de la mariposa que habita en la gente, que le avisa al amante que por fin, ha encontrado a su lombriz.